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sábado, 30 de marzo de 2013

UNA CITA DE PELÍCULA



Ayer fue mi cita con M y me sentí un tonto. Fuimos al cine a ver esa mala y sobrestimada película que es ‘OZ: EL PODEROSO’, en lugar de ver la intensa y dramática ‘Jack el cazagigantes’ (donde, además, trabaja el estupendo y versátil Nicholas Hoult de la serie Skins).

Digo que me sentí un tonto porque fui yo quien propuso hasta el cansancio ‘OZ: EL PODEROSO’, creyendo que se trataba de un buen trhiller de suspenso, y guiado por las insistentes sugerencias de un par de amigos de la universidad (hoy por la mañana, cuando me enteré de que para ellos ‘Alien vs. Depredador’ merece un Óscar al mejor guión, entendí lo tarado que fui en hacerles caso). 

No hay nada peor que ver una película floja en tu primera cita con una chica. La tienes ahí al costado, a menos de diez centímetros y, en vez de que la cinta propicie una atmósfera bajo la cual se justifique un abrazo furtivo, lo único que quieres es que la película acabe lo antes posible para largarse de ahí y reivindicarte ante ella invitándole un buen trago o una comida.

Para que se entienda el sentido de este relato tendría que contar que a M la conocí hace varios años por amigos en común, pero recién hace un par de fines de semana nos cruzamos en un diplomado sobre Derecho penal y nos quedamos conversando durante horas. 

Ella siempre me había parecido atractiva, alegre y muy buena onda, y esa noche, mientras actualizábamos nuestras vidas en medio del delirante diplomado de aquel dia, no hice más que confirmar cada una de esas antiguas impresiones.

Fue aprovechando ese bonito reencuentro que el fin de semana pasado me armé de valor y la invité a salir. Confieso que me daba algo de vergüenza y miedo que me dijera que no podía, chantándome una excusa inverosímil del tipo "sorry, Fernando, pero es que justo es cumpleaños de mi madrina, que vive en Tangamandapio y ha venido a Tacna por unos días".

Así que, para blindar mi orgullo y evitar una frenada en seco, recurrí a ese método tecnológico que nos ha solucionado la vida a los hombres tímidos: el mensaje de texto por celular. No hay pierde con esa modalidad, porque te haces invisible. Si una chica rechaza una invitación tuya, por lo menos no estarás allí presente, cara a cara, para disimular tu frustración con risitas y muecas nerviosas. Si ella te responde negativamente por celular, pues le envías un mensaje que diga algo como "ok, flaca, fácil la próxima semana, hablamos, un beso", y listo: quedas recontra cool, como si no te importara el desaire, y te ahorras la exposición de tu cara de "PUTA, QUÉ PIÑA QUE SOY".

Le envié el mensaje a M, diciéndole directamente para ir al cine antes de ayer jueves, pero ella –hasta ahora no sé si por bacanería, por precaución, o porque efectivamente tenía el celular apagado– no me contestó hasta el día siguiente, dejando que pase una larga noche en suspenso, despertándome cada cinco minutos, sudando, analizando en silencio las mil pastrulas posibilidades que uno se plantea en esas circunstancias.
Primero pensé: Quizá no sabe cómo decirme que NO y la muy pendeivis me va a salir con que no le llegó el mensaje

Luego descarté ese pensamiento suspicaz y reflexioné: No, tal vez la pobre no tiene saldo…pero bien podría pedirle el celular a una amiga y contestarme.. aunque sea por educación ¿no?.
Más tarde, ya de madrugada, me convencí del escenario más fatídico: Seguramente está saliendo con alguien más, pero qué raro, me lo hubiera dicho. Al final, desvelado, con ojeras y harto de especular, me dormí maldiciendo: Ya fue, también si quiere. No voy a insistir. Total, de mejores casas me han botado.
La crueldad duró hasta las 11 de la mañana del día siguiente, hora en que mi celular vibró, anunciando que la respuesta de M acababa de aterrizar en mi buzón de mensajes:
Ya, mostro, vamos hoy, me llamas para quedar?, chau
Lo terminé de leer y sonreí. "Sabía que responderías", musité victorioso.

Como los hombres necesitamos fortalecer todo el tiempo nuestro ego masculino llamé de inmediato a mi amigo Sucso para contarle con entusiasmo las novedades. Contra mis pronósticos amicales, el desalmado me pinchó el globo de la ilusión: "¿Vas a salir por primera vez con ella y la vas a llevar al cine? ¿O sea, van a pasar dos horas sin conversar? Uno va al cine a la tercera o cuarta salida; llévala a comer, no seas bestia".
Pero ya era tarde para cambiar de idea, así que tuve que desoír las buenas recomendaciones de Sucso y continuar con los planes cinéfilos.

Cuando llegué a la casa de M para recogerla hubo un detalle, quizá estúpido, que yo tomé como un buen augurio. Salimos de su casa juntos, y yo como todo caballero le abro la puerta del carro y ella luego me toma de la mano para poder ingresar yo dentro del taxi, al girarme en ella solo atino a sonreír. Sé que puede ser una minucia cordial, un tic, una bobada, pero para mí esas reacciones imperceptibles son infalibles indicadores de un interés soterrado.

La segunda actitud que me gustó se produjo delante de la impersonal boletería de Cineplanet de Plaza Vea. Una vez ubicados allí, M hizo el amago de querer pagar su entrada. Yo, como corresponde a un caballero, la atajé, advirtiéndole que yo la estaba invitando. Ella cerró la billetera y muy segura de sí misma me avisó: "está bien, pero yo pongo la canchita".
No sé si la mayoría de hombres piense igual, pero es fabuloso cuando una chica, primero, hace la finta de querer pagar (no importa que no pague, lo importante es que haga la finta) y, segundo, busca alguna salida compensatoria. ¡Eso se llama solidaridad de género! (Sin embargo, cuando se lo conté a mi amigo Sucso, él me volvió a pinchar el globo: "oe, huevón, ¿no te das cuenta? No es que ella quiera ‘compartir’ los gastos contigo, lo que quiere es dejarte en claro que es una mujer independiente. A lo mejor para ella no fue una cita, sino una salida de amigos").

Mientras caminábamos rumbo a la sala 2, pasamos por la confitería y M me preguntó qué quería comer. Yo comenté que no tenía mucha hambre y, astutamente, sugerí que compartiésemos un mismo pote de canchita. Detrás de ese inocente pedido, por supuesto, se escondía un tierno deseo adolescente: el deseo de que, una vez que estuviésemos a oscuras viendo la película, nuestras manos se cruzaran dentro del pote en su afán de recoger un puñado de pop corn, y pudiesen rozarse y eventualmente quedarse entrelazadas hasta el final de la función. Algo así de casual como el beso de la Dama y el Vagabundo.

Nada de eso ocurrió porque, ni bien arrancaron en la pantalla los avances de los próximos estrenos, en un descuido que yo lamenté más que ella, M perdió el control del envase y el 70% de la canchita se desparramó por el suelo. Sonrojada y culposa, la linda M se levantó de inmediato y se fue a comprar dos potes individuales, sin consultármelo. Cuando volvió, aún ruborizada, me dijo "así ya no te voy a tirar la canchita", mientras yo, hecho un mongo de las pelotas, me desconcertaba en silencio: "ahora cómo michigan hago para agarrarle la mano".

La película, como dije, resultó un fiasco total. No hubo una sola ocasión como para aprovechar el pánico y acurrucar a M, cogerle la pierna, rodearla con mi brazo o robarle un beso asustadizo. Nada.
El único momento en que pude hacer derroche de mi carácter y mi valentía fue cuando la conchuda vecinita de la butaca derecha comenzó a hablar por celular de lo más pancha, como si estuviera reposando en la sala de estar de su casa un domingo por la tarde.

–“Hola, Jony, estoy en el cine, tú dónde andas”, dijo la fulanita, con un sútil dejo loretano, en medio del cine, interrumpiendo con descaro la obligada quietud de la sala.
Automáticamente le piqué el hombro y le pedí que guardara silencio. Lo hice con algunos ademanes excesivos, como para que M se percatara de lo bien que podía manejar la situación.
La fulanita me miró y ajustó los dedos índice y pulgar, como diciendo "un ratito que ya termino". Pero la fresca no terminaba.
–“Ya pues, Jony, mañana pásate por la casa del Eduardo y ahí te cuento lo que le pasó a la Miryam”
Por la insolencia del hecho, pero también para apantallar a M, levanté la voz y le espeté: “cuelga, pues, no seas conchuda, que esta no es tu chingana”.

La mujercita me miró con indignación y, de pronto, asomó por encima de ella la voluminosa cabeza de su otro vecino de butaca (y a todas luces su pareja): un hombre mazacotudo de unos cuarenta y cinco años, de bigote ancho, y con cara de haber pasado más de una temporada en el pabellón de reos primarios de la cárcel de pocollay.
–“Oe, flaco, mira la película nomás y no te hagas el bravo”, me contuvo el malandro, con un exitoso tono amenazante.
Al ver su complexión de maestro de obras y su rostro de sicario, me acobardé y solo atiné a decirle a M en voz lo suficientemente alta: "la próxima, nos vamos un poco más atrás".
Increíblemente, en lugar de secundarme y seguirme la cuerda, M me reprendió, dejándome como un idiota frente a mis circunstanciales adversarios. "Ya no reniegues, pareces un viejito maniático".
[Díganme si no es irónico: tú tratas de lucirte delante de la chica que te gusta y al final terminas haciendo un papelón, y, para colmo, ella te tilda de anciano esclerótico].
A pesar de todas esas contrariedades, ir al cine fue una buena opción. El cine siempre es un terreno ideal para medir cuánto congenias con la chica que te acompañe. A mí, por ejemplo, me gusta sentarme adelante, entre la cuarta y sexta filas, y ayer la buena de M no puso mayores objeciones al respecto.

Y aunque no converses durante las dos horas con la otra persona (como bien me recriminaba mi amigo Sucso), igual puedes conocer silenciosos detalles de su personalidad, como sus gustos cinéfilos al momento de los trailers (por ejemplo, si te dice para ir a ver la próxima película de Disney, estás jodido).
También puedes medir su sentido del respeto y de la prudencia (si apaga el teléfono o no, si te habla e interrumpe mientras proyectan la película o no, si bosteza, si se duerme). Y también puedes detectar sus niveles de sensibilidad artística luego de terminado el espectáculo: no es igual que te digan "me gustó la naturalidad de los diálogos, la propuesta narrativa del director y el casting de los actores" a que te digan "me ha dado hambre, ¿me invitas un postre en el Poccatino?".

He quedado con M en volver a salir, y no puedo negar que estoy entusiasmado. Me vale madres si ella lee este post y se enoja, pues no he escrito nada que no le haya dicho antes.
Por lo pronto, quiero decirle para ir a ver “Azu Mare”. O mejor no, mejor que ella elija la película. Eso sí, esta vez si compramos un Pop Corn grande... Quizás ahí sí pueda robarle un beso. 

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