Era un largo fin de semana, donde la noche y la madrugada
eran lo mismo. Con días horizontales y ligeramente aburridos. Era yo casi
echado en cama, dando vueltas abrazado de mi almohada. Era mi dedo pulgar
apretando descontroladamente los botones del control remoto. Eran días llenos
de música ensordecedora, novelas clásicas, internet con sus redes sociales y
series cómicas en la tele. Eran días en los que esperaba encontrarme con ella
sin ni siquiera moverme de la cama o mi cuarto.
Días de maratones de los simpsons y Padre de Familia. De
noches sin sueños. Días eternos con incoherentes charlas conmigo mismo y de
cervezas solitarias en la azotea después del almuerzo. Instantes de sueños de
una mujer que sí conocía y se desvanecía al mismo tiempo. Casi había olvidado
el recuerdo de su olor, de lo larga que es su sonrisa, de sus ojos negros como
mis noches. Me había enamorado de ella y nuestras conversaciones interminables
en internet.
Pero uno de esos días se interrumpió con una llamada de Martin.
Mi compañero de armas y desahuciado en la batalla el día anterior. Lo más
probable era que su llamada se debía a una de esas juergas repetitivas. De
monólogos de ligue armados, de botellas de un ron barato, cervezas en vasos de
plástico, cigarrillos a medio consumir, más música ruidosa observando bailar
siempre a las chicas, más lindas y vagas conversaciones filosóficas entre
coincidencias y casualidades.
Martin me grita por no llegar a tiempo, lo que no me dice es
que su cita lo ha rechazado olímpicamente a quedarse a beber unas copas. Por
otro lado, yo justifico mi demora y le echo la culpa al tráfico de la ciudad,
aunque tampoco le dije que intenté llamar a R, mi chica del Facebook, y que
ella está en una reunión familiar cuando en realidad estaba paseando por las
calles de cono sur acompañada de su ex novio. Debe ser que ninguno quiere
decirle al otro que había sido ponchado.
Martin propone pasar por unas hamburguessas antes de
regresar a nuestras casas, aparentemente era un viernes sin novedades; sin
embargo, aprovechando la cercanía de los bares de la av. Bolognesi lo convenzo
para tomar unas copas. Cuando ya prestos a entrar sale un loco que empieza a
gritar: “¡La noche es mía! ¡Mía es la noche! Y de nadie más” con una bolsa de
basura en el brazo.
El loco está cada vez más cerca de nosotros. Agita la bolsa
contra los peatones y la lanza hacia adelante. Corro unos cuantos pasos, lo que
provoca la risa de Martin y de algunos extraños que pululan por allí. Sin darme
cuenta tropiezo con una chica. Le pido disculpas y sigo caminando avergonzado,
no la he reconocido, es Ana. A pesar de que he pensado en ella y la
probabilidad de encontrarnos un fin de semana en la misma calle de la ciudad
parecía remota.
Sí, sí es ella. No ha sido necesario buscarla en una
discoteca, un concierto o un bar. Ella está ahí parada delante de mí. Y no la
reconozco pero ella a mí sí, me llama por mi nombre y no por mi apellido como
hacen muchos. Me gusta la fuerza que pone cuando pronuncia la jota y la ese. Se
la presento a Martin y él la saluda pensando en la chica de la que le vengo
hablando las últimas tres semanas con cierta emoción y alegría. Pero ve a su
acompañante, la ‘P’ y sabe que no se quedará ella esa noche. Sabe que se portará
como un santo entonces, viéndome jugar mis pobres fichas por Ana.
– ¿A dónde van ustedes?, pregunta ella.
–Íbamos por unas cuantas cervezas antes de volver a casa, ¿y
ustedes?
–Vamos a recoger a una amiga a la Plaza Mayor.
Ante el malestar de Martin nos dirigimos a buscar a esa
amiga sin saber que aquella noche él terminaría besándola. Sus pesados huesos
le pesaban cuando pensaba en el largo trecho para recoger a la desconocida.
Trato de romper el silencio con algún chiste improvisado. Hablamos de cine, de
la universidad, como se encontraba en sus estudios, sin sospechas que
entretenía más a la P que a Ana.
Quizás tratando de sonar más intelectual, pero ella no se
sorprenden, también estudian lo mismo.
Era obvio que a mí me gustaba Ana y a Martin su amiga. Era
obvio para todos menos para la P, ella era el problema, pues parecía ser la
madre de ambas y por el contrario parecía ser la más tímida pero una vez en
copas era la más extrovertida y jovial de las tres. La amiga de Ana sostenía
una bolsa de papel marrón donde guardaba un macerado y tres “rubias” como
llamaba a la cerveza.
¿Dónde las pensaban tomar? Me preguntaba, ellas me dicen que
en la Plaza de Armas. Les digo que eso no se puede, que está prohibido. Y las
tomamos a la espalda del Real Plaza, ellas eran unas chicas distintas, eran
como nosotros pero mejores. Martin empezó a soltarse de a pocos y fue robándome
el protagonismo (sobre todo cuando lo vieron orinar en el jardín del hotel Tacna)
mientras yo, me reprimía las ganas de orinar y me iba quedando sin
ideas y quedaba fuera del marco de la noche.
Martin afirma que me gusta más de la cuenta Ana, porque de
alguna forma se parece a A, (una chica por la cual estuve enamorado un buen tiempo, para luego acabar por un sin razon de motivos) quizás no en sus ojos ni en su mirada, pero hay algo en ella que es igual.
Aunque sé que es verdad lo niego tajantemente. Me gusta porque ella es
divertida, espontánea y libre.
Sin embargo, cuando el macerado y las cervezas se acabaron,
las chicas llenas de coraje se dirigieron a cualquier local para seguir tomando
mientras Martin y yo esperábamos en la puerta del rock anda roll. Aun era
relativamente temprano así que las convencimos de ir a continuar de la noche en
cualquier antro de la av. Bolognesi. Pero ‘P’, la chica risueña, tenía que
irse, no había pedido permiso a su madre y la hora la comprometía a regresar.
Nos quedaríamos los cuatro solos. Aunque las chicas trataron de convencer a P
de que se quedara y ella no lo hizo. Nos quedamos con ellas decidiendo si
entrar o no a los bares del Centro.
Al final, entramos a latinos a regañadientes, un viejo bar
karaoke que nunca falta en la larga alameda de esta ciudad. De haber escogido
como en un principio escogió Martin el Cero hubiera terminado aquella noche en
el hospital, dado que en la silla que hubiese estado sentado hubiese caído una
botella cortada producto de una gresca entre dos ebrios por una chica, chica
que también conocía pero no tanto como yo.
Una vez en aquel antro con el pisco y la cerveza encima no
nos quedó otra cosa que bailar. Si es que de alguna manera se puede decir a los
saltos descoordinados que dábamos de aquí para allá y viceversa. Mientras la
noche nos iba bailando, Ana, la chica en la que había pensado constantemente,
empezó a abrumarse con mi presencia y el correr de las horas, parecía no
divertirse tanto como lo hacía su amiga con Martin, cuyos pasos eran propios de
dos almas que han bailado siempre.
Nos sentamos en una de las muchas mesas vacías que aun
quedaban en el local. Pensé en decirle que todo este tiempo he pensando en
ella. Pero no lo hice. Ella tenía sed y le ofrecí una cerveza, ella pidió agua.
Martin se ofreció a ir por la botella a la barra y su amiga le sugirió que la
compre afuera y que vamos, te acompaño, le dijo.
Bailamos un par de canciones más, siempre intercambiando de
parejas. Ahora era yo quien bailaba más con la amiga de Ana, cosa que
incomodaba ligeramente a Martin, pero sin decírmelo. Al cabo de diez minutos,
las chicas decidieron que era hora de marcharnos. Decidimos acompañarlas hasta
sus casas, cosa que la amiga de Ana se negó rotundamente. Nos despedimos de
ella y la noche pasó por nosotros.
Camino a casa, mientras camino algo descontento, Martin me
confiesa visiblemente emocionado que ha besado a su amiga de Ana. Hay un
pequeño silencio entre ambos, luego abordamos un taxi. La vida es una suma de
coincidencias y no de casualidades me dice. Mientras yo tengo la imagen en la
cabeza de la amiga de Ana besando a Martin, le doy una falsa palmada en el
hombro, sin saber en qué momento pasó que no me di cuenta.
Martin parece leer mis pensamientos y me dice, no te
mortifiques, no significó nada. Pero lo que no me dice es que él la ha forzado.
Que ha intentado besarla cuatro veces y que al último intento logró hacerlo.
Quizás era para olvidarse de su pequeño plantón, o quizás porque estaba empezando
a enamorarse de ella.
Cuando me pregunta por Ana, yo me quedo callado, lo mío ha
sido todo lo contrario. No le miento, no puedo hacerlo, siento que el taxista
ríe. La situación entre ambos es tensa. Ya habrá tiempo para otras victorias,
me responde Martin cuando baja del taxi.
Fue un largo camino a casa, vi como pasamos con el taxi por
la casa de A, una persona que había estado viendo los últimos meses, sin más
cuidado note lo mucho que me había acostumbrado a ella. Luego pienso que
algunas cosas siempre tienen que cambiar, como Martin, que no parece ser el
mismo de una noche atrás que fue derrotado por su desplante con su cita.
Es un hombre nuevo de
mirada dura y herida. Le dije que la amiga de Ana es una chica que vale la
pena, que no juegue con ella, me dice que no quiere jugar con ella, que no sabe
lo que siente. Que no lo regañe, que yo le hablé de "A" hace tres meses que no le hablo, que soy un cobarde que no es capaz de entablar un simple conversación con alguien que estuvo conmigo por casi un año, que
no vale la pena que Ana vuelva a aparecer en mi vida, y que menos aun ahora me ponga celoso por su amiga sólo porque se han besado, que
nunca imaginó besarla, que yo debo perseguir a A hasta que se canse de mí o
la conquiste, porque yo ya elegí y no hay vuelta atrás.